lunes, 2 de octubre de 2017

EL COLEGIO
Hola, mi nombre es Pedro, tengo dieciséis años, soy fanático del deporte y estudio computación. Hace algunos años me pasó algo muy extraño, y ahora les voy a contar qué sucedió….
Era un día frío en otoño del año 2077, afuera en las calles de mi barrio “José S. Carlos”, a las seis AM, las hojas caían y formaban pequeños remolinos en un juego sin fin de vueltas y vueltas. Era agradable estar adentro de mi habitación en la cama, calentito y a salvo del cruel viento mientras mi madre preparaba uno de los mejores desayunos que probé en mi vida, huevo frito con salchichas asadas y una Coca – Cola. Con razón había más ruido de lo habitual en la cocina, no era una mañana de “café con leche y tostadas”, disfruté hasta el último pedacito, no dejé ni las migas, no había muchas mañanas así. Luego, subí a cambiarme, me puse todo lo que encontré hasta me hice amigo de la bufanda, debía ir al colegio en mi bici voladora y ahí arriba el viento se hacía sentir y así, hecho una bola de capas de ropas, partí directo a la escuela.
Una vez allí me dirigí hacia el aula; ya estaban la gran mayoría de mis compañeros, de un lado pasa otro hablando y riéndose de los mismos chistes de siempre. Todavía no había llegado la profe así que aproveché el momento y me fui al baño, cuando en un pasillo me topé con el rector. Se lo notaba raro, como nervioso; Al pasar a su lado lo saludé, pero no me respondió, algo demasiado extraño para una persona tan correcta como él. Me quedé un rato para ver lo que sucedía, cuando de un momento a otro lo vi girándose la cabeza con sus manos, como desajustándosela. No pude seguir mirando, iba a vomitar, estaba totalmente asustado. Empecé a correr como loco a la clase de literatura a comentarles lo que pasó, a mis compañeros y profesores. Nadie me creyó, todos decían de haberlo visto al rector bien y “completo”, como si todavía estuviera para chistes.
Me senté en mi lugar y dejé pasar la clase sin prestar demasiada atención, ya le pediría a mi compañero de banco el material del día. Escuché el timbre, dejé mi miedo atrás y lo fui a buscar, pasé por el mismo pasillo, pero ya no estaba ahí, giré para volver y a través del ventanal se lo veía vagando por el patio, me quedé observándolo todo el recreo, luego volví a clase, las horas se me pasaron volando y me fui a mi casa.
Ahora más confundido que asustado, tal vez mi imaginación y la película de anoche me estaba jugando una mala pasada, pero no me iba a quedar con la duda. Subí a mi habitación, me senté frente a la computadora y me puse a investigar rápidamente. En el navegador puse el nombre del rector e inmediatamente me aparecieron más de mil resultados, se podía observar una nota del diario “El País” del año 2035, la cual informaba….
“…Los ingleses victoriosos, la Argentina derrotada. En la madrugada del día veinticuatro de noviembre del año 2035 se informaba a la población argentina que la “Guerra Nuclear Patagónica” había finalizado y los ingleses habrían terminado victoriosos debido a la inesperada retirada de la tropa argentina…”
Seguí leyendo, recordé haber estudiado sobre este tema en el colegio, mucha gente terminó severamente herida por esas peligrosas y poderosas bombas nucleares, gracias a su abundante radiación que causaba enfermedades, deformaciones y hasta la muerte en las personas. Al final de la nota se encontraban los nombres de algunos sobrevivientes de la batalla. Ahí aparecía el nombre “Ruperto Salinas”, y así cuando trataba de encontrar el principio de la explicación de lo que había visto hoy a la mañana en el colegio, veo el nombre de mi papá en la lista.
-          ¡¿Mi papá?! ¿Cómo puede ser? Mi papá era “normal”. Pensaba yo.
Pasé todo el resto del día en mi habitación, no lo quería ver, no lo podía ver al menos hasta entender un poco más, estaba muy aturdido, y dando una excusa y otra logré quedarme solo hasta que el sueño me ganó y entre sobresalto, sudor, hambre y sed, amaneció un nuevo día. Como sabía que mi papá se había ido a trabajar, bajé a desayunar esperando que mi mamá me sorprendiera con algo rico, pero ni las tostadas estaban. La fui a buscar a su habitación y desde la puerta pude ver que estaba revisando papeles y diarios viejos de una pequeña caja azul, se la veía extraña.
-          ¿Está todo bien? ¿Vamos? Le cuestioné.  
-          Si Pepe, todo bien. Ahora voy. Me dijo cerrando la caja.
Bajé y la esperé en la cocina. Todo estaba tan extraño desde la mañana del día anterior.
Mi mamá volvió a su rutina preparándome un café con leche frio y solo un par de galletitas. Desayune sin ganas y sin dejar de observar a mi mamá, que dejó las tazas sin lavar.
Decidí que no iba a ir al colegio, aunque me costaba perderme la clase de taller, pero necesitaba averiguar que pasaba con mi mamá, mi papá y el rector. Luego de bañarme y verificar que estaba solo, fui al cuarto de mis padres a buscar esa caja azul, pero no estaba por ningún lado.
La curiosidad por saber si en esa caja estaban algunas de las respuestas a mis preguntas, no me dejaba pensar con claridad. Decidí salir a caminar y de paso a comprarle comida al perro. En la tienda de animales escuché que había tres hombres desaparecidos en la provincia de Rio Negro, una mujer en Neuquén y que tampoco aparecía el rector del colegio técnico de la otra cuadra. Ese era el Poli, mi escuela. Me arrepentí de no haber ido para poder tener mas información, volvería a mi casa y con mi reloj-visor hablaría con algún compañero mío.
Llegué corriendo, agarré el reloj y hablé con Juan, un amigo mío. Él me dijo que no solo faltaba el rector, sino que también el profe de matemáticas y el dibujo técnico. Nadie daba demasiadas explicaciones, pero todos estaban nerviosos y hablando entre ellos encerrados en preceptoría.
Corté la llamada porque escuché que había llegado mi mamá. Bajé corriendo y le pregunté por mi papá y la caja azul. Ella se puso a llorar diciéndome que mi papá se había ido y no sabía cuándo iba a volver. Le pedí explicaciones, pero de tanto llorar ella no podía hablar. La abracé y desde allí pude ver la caja azul en una bolsa. La agarré y me encerré en mi cuarto. Me senté en el piso con la caja, suspiré y la abrí. Ahí estaba todo, los papeles de mi papá donde decía que había participado en la guerra nuclear, sus medallas, certificados médicos, los recortes de diario y una carta del gobierno donde decía, entre varias cosas, que se ordenaba a todo el personal militar no hablar de lo que habían visto, ni siquiera de las situaciones calificadas como inofensivas, todo era secreto y pertenecía al gobierno. Hoy era evidente que dicho gobierno había decidido encubrir las mutaciones.
No salía de mi asombro cuando mi mamá golpeé la puerta, entró, se sentó en mi cama y me contó todo lo que sucedió en la guerra con mi papá. Me confirmó la participación de mi papá en la guerra, pero por suerte él no estaba afectado, pero mi rector y cientos de soldados y civiles si lo estaban. También me dijo que la cura la poseía el gobierno y nadie más. Y que el gobierno no quería entregar las dosis. Si el contagio de las mutaciones se expandía iban a llevar a un caos social, por ese motivo mi papá había viajado al sur a intercambiar informes y archivos que complicaban al gobierno ya que esos papeles demostraban que se había engañado al pueblo argentino con respecto a las personas desaparecidas. Todos estos papeles contenían información sobre las personas que eran infectadas, las cuales eran enviadas a campos de concentración. También se hablaba de varios síntomas causadas por este tipo de infección, como la perdida de dedos, ojos, cabello y cabezas giratorias, que eso era exactamente lo que padecía el rector. Además, la gente afectada, tendía a volverse violentos y adictos a sangre humana, siendo ese el problema más peligroso para la sociedad. Es decir que el rector había escapado.   
A la mañana siguiente, mi papá llamó y nos contó que después de una fuerte discusión y la entrega de los papeles, el gobierno al ver que estaba atrapado con la información, no le quedó otra que entregar por el momento medicamentos que mantengan estables a las personas infectadas y no seguir enviándolos a los campos de concentración. Era muy buen principio hasta conseguir la cura total y definitiva para todos los infectados.

Al día siguiente fue raro volver al Poli y no cruzarse con el rector…. 


Autores: Francisco Cirone y Thiago Caimer