jueves, 15 de noviembre de 2018

La luz del árbol

Estaba tirado en el piso. Tenía un brazo reventado y el otro atravesado por fierros de acero. Miré al cielo, un rotundo color rojo cubría la luz de la luna y las estrellas, al instante, sentí un dolor punzante en mi pecho y miré mis pies con varios agujeros y sangre derramándose. Al ver mi pecho vi un cristal transparente que perforaba mi esternón. Con mi brazo izquierdo casi sin músculos y tendones, arranque los fierros de mi otro brazo. Sentía como cada muesca del acero rasgaba mis nervios y pellizcaba los tendones. Me paré y avance por el pasillo frente a mí. Por cada paso que daba sentía como los escombros se enterraban en mis pies. Llegue a una bifurcación extraña, ambos caminos eran iguales, un pasillo circular con una luz en el fondo iluminando un árbol con frutos. Opté por la derecha, no por algo especial, sino porque el dolor de cada musculo y los litros que perdía hacían que no pudiera optar por otro camino sino el más cercano. Al entrar al conducto, pisé un fierro que atravesó mi pie y cortó mi talón de Aquiles. Sentí como el tendón recorrió mi pierna y se escapó por una perforación que tenía en ella. Me recosté sobre la pared y la usaba de muleta como podía. Al avanzar empecé a divisar como colgaban cabezas perforadas por las ramas secas del árbol quemado. Caí de espaldas y vi como una luz aparecía frente a mí hasta que un ser inhumano con dientes afilados se asomó y luego se fue. Mientras caía sentía como finos hilos rebanaban mi cuerpo hasta el punto de prácticamente ver mis falanges y los radios. De pronto, vi una cola punzante negra atravesó mi hombro y dejarme parado en el aire. Mi hombro se rompió y la cola atravesó lo que quedaba de mi supraespinoso dejándome caer otra vez. Alce la mirada y vi al ser otra vez ir a la luz y escapar, era el mismo, al menos no pudo hacerme nada. Sentí un clavo pinchar mi pie y perforarlo, al menos la caída al suelo de tan alto me mataría instantáneamente del impacto…o eso creía…hasta que noté como el clavo se alargaba y ensanchaba, el clavito resulto ser nada más ni nada menos que un palo para empalar. Lo peor es que no me mato, sino que solo me atravesó el cuerpo dejándome con un dolor inimaginable que no se comparaba en lo más mínimo a nada de lo anterior. Y así quede con un dolor incalculable y desangrándome hasta morir. 

        Victorica Ignacio Benjamin, 3°B