lunes, 19 de noviembre de 2018

El reencuentro




              Desde hace mucho tiempo que está ahí, nunca supe exactamente hace cuánto. Hablo de la fábrica de cristal Avellaneda, Durax, en la que trabajaba mi padre. Se encontraba en la avenida Hipólito Irigoyen, en Gerli, Buenos Aires. Trabajaba todo el día ahí dentro. Un día se descuidaron y la fábrica se incendió, con mi papá en ella.  Los bomberos no pudieron llegar a tiempo. Yo era muy chico, tenía 12 años, me costó mucho afrontar esa noticia.  La única forma que encontraba de estar con él era visitando la fábrica.  Al principio lo hacía sólo, pero luego de un tiempo, mis amigos empezaron a venir conmigo. Se me vienen tantos recuerdos… Era todo una aventura para nosotros, jugábamos, fingíamos que éramos trabajadores…  Pero todo esto terminó.  Recuerdo que fue un jueves, en Marzo de 2001. Habíamos acordado encontrarnos después del colegio en la puerta de la fábrica.  Éramos 4, Pablo, Agustín, Natalia y yo.  Les habíamos pedido permiso para salir a nuestros padres, aunque no sabían a dónde íbamos. Ellos ya estaban empezando a sospechar, porque siempre salíamos con una linterna y volvíamos embarrados y llenos de tierra.  Entramos silenciosamente, como siempre.  Esta vez había algo que nos generaba un escalofrío en el cuerpo, había más vidrios rotos que de costumbre, las paredes descascaradas y la inmensa oscuridad tampoco ayudaba.  Caminábamos en fila, primero iba Pablo, después Nati, detrás Agus y último yo; orden que era poco recurrente. Mientras caminaba sentí que algo o alguien me había tocado el hombre. Al olvidarme que iba último, no le llevé el apunte; además de que estaba muy atento  mis pasos y mirando hacia adelante.
Seguimos avanzando, recién habíamos recorrido el pasillo, que se conectaba con varias salas, entre ellas, la sala de máquinas, donde trabajaba mi padre. Decidimos entrar en ella, pero empezamos a escuchar un forcejeo en una de las máquinas, como si quisieran encenderla. Nos miramos rápidamente; era imposible, allí no había nadie.
-¿Cómo es posible?-pregunté
-No sé, se supone que está abandonada-dijo Natalia
-Entremos despacio, así descubrimos qué es ese ruido- sugirió Agustín
-No, no, yo me voy, miren si nos descubren-dijo Pablo.
-Yo entro, quédense acá- dijo Agustín
              Avanzó silenciosamente en el momento en que iba a cruzar la puerta, se escuchó un fuerte estallido proveniente de esa sala.  Él retrocedió rápidamente. Nos miramos y salimos corriendo. Una vez fuera, recién pudimos respirar profundo, ninguno entendía qué había sucedido, pero en nuestras caras se notaba el temor.
-¿Qué hacemos? ¿Le decimos a alguien?- pregunté
-¿Y cómo explicamos que estábamos en la fábrica?- dijo Natalia
-Tiene razón- dijo Agustín
              Hablamos un rato y coincidimos en que lo mejor era mantenerlo en secreto. Pero yo no podía ocultarle algo así a mi mamá.  Por las noches mucho no dormía, alguien había estado allí y casi lo vemos, eso me tenía inquieto.
              Un día mi mamá me preguntó cómo me encontraba, por el tema de mi padre, parecía que no había dormido en semanas. Al responderle, no pude evitar quebrar la voz, le dije que estaba bien, pero claramente no era cierto. Intenté guardar el secreto, pero no pude. Le conté todo, lo de la fábrica, lo del estallido. Ella comprendió mi situación, siempre trataba de hacerlo, pero me prohibió ir de nuevo a la fábrica y les contó a las mamás de los demás. Todas dijeron lo mismo, que era muy peligroso, por los vidrios y las personas que saqueaban las fábricas. Sentí que había defraudado a mis amigos, porque habíamos prometido no decirle a nadie y yo no pude cumplirlo. A pesar de esto, seguíamos siendo amigos, aunque por las vueltas de la vida, cada uno estudió en distintos colegios, además de distintas carreras. Agustín se inclinó por administración de empresas; Pablo abogacía; Natalia arquitectura; y yo contabilidad.  Para el 2013 ya nos habíamos recibido todos excepto Pablo que le quedaba un año.  Al terminar la facultad, estábamos buscando trabajo, me pareció un buen momento para juntarnos.  Se los propuse y accedieron, vinieron a mi casa.  Estábamos ahí sentados, ya no éramos los mismos chicos que hacía 12 años se habían asustado en una fábrica, éramos distintos, pero teníamos la misma esencia.  Natalia con su carácter extrovertido, atrevido; Pablo con el espíritu tan positivo, que lo hacía seguir adelante con su carrera que él mismo quería dejar.  Decía que lo hacía más por su padre que por su futuro, a él no le interesaba; y Agustín, el amigo más presente que tuve.
              Hablamos acerca de la dificultad que se nos presentó con las materias, nuestra vida en general.  Siempre que los veía recordaba aquella noche en la fábrica, no sé por qué era una cuenta pendiente.  Se los conté.
-¿Y si vamos a la fábrica? ¿Y qué quedará de ella?-Dijo Agustin.
-Por ahí logras superar eso-Me dijo Pablo.
-No sé…-Respondí indeciso.
-Dale, no pasa nada, estamos con vos-Insistió Natalia.
No estaba seguro, pero al estar apoyado por ellos me sentí más cómodo. Agarramos unas linternas y caminamos hacia la fábrica. Estaba igual que la última vez, rodeada por rejas, las paredes desgastadas, cristales en el suelo, diarios; Tenía un aspecto lúgubre. Decidimos entrar, prendimos las linternas y avanzamos. Cruzamos la puerta principal y nos adentramos al pasillo. Todo estaba igual que la última vez, nada había cambiado.
-¿A qué sala vamos?-Susurré
-A la de máquinas-Escuché que respondieron
Me puse pálido, probablemente mi papá murió justo ahí, no era muy agradable la situación. Los demás notaron que avanzaba medio asustado hacia esa sala.
-¿Estás bien? ¿Seguro querés entrar ahí?-Peguntó Agustín
-No sé, ustedes me dijeron- Contesté
Se miraron los tres.
-Nosotros no dijimos nada-Dijo Natalia.
-¿Están seguros? Juro que los escuché-Dije nervioso
Asintieron. La situación no ayudaba, pero sentía que la única manera de superarlo era entrando.
-Vamos a entrar-Dije firmemente
Esta vez yo iba primero, luego Pablo, detrás Agustín y última Natalia. Avanzaba alumbrando con mi linterna alrededor, había muchas cosas tiradas, muebles, herramientas, papeles. Las máquinas estaban completamente oxidadas, todo estaba oscuro, no había ni una ventana. Ya dentro de la sala estaba más relajado, sentí que me había quitado un gran peso de encima. Se notaba que la estructura estaba muy bien construida, porque pese a incendiarse seguía firme. En ese momento me puse a pensar por qué nadie la había remodelado, no estaba muy destruida, ocupaba un gran terreno que podía ser aprovechado y ya habían pasado más de doce años. Se me cruzó por la cabeza la idea de que habíamos arreglarla, pero enseguida me puse a pensar que sería muy difícil, por los costos, ninguno estaba en una posición económica para realizar una inversión tan grande. No sólo había que reparar las máquinas, sino que también había que volver a hacer la estructura, el sistema eléctrico, todo lo que necesita una fábrica, empleados, ya que no teníamos los conocimientos para realizarlo nosotros, y lo principal, investigar quién era el dueño, si es que había uno. La idea de restaurar la fábrica, el segundo hogar de mi papá y mi abuelo, me ilusionaba mucho, pero me parecía un proyecto que no iba a ser posible por los inconvenientes que este presentaba. Igualmente, se lo comenté a los chicos.
-Estaría genial- Dijo Pablo.
-Lástima que ninguno tiene un trabajo estable, como para cubrir parte de los gastos-Dijo Agustin.
-Este puede ser nuestro trabajo-Dije-Mire, Nati es Arquitecta, nos puede ayudar con los planos de la fábrica, Agus se ocupa de administrar el negocio, yo me encargo de la parte contable, como el presupuesto y Pablo con su papá nos pueden ayudar con las máquinas.
-Suena bien, pero ¿de dónde sacamos la plata?-Preguntó Nati.
-Podemos hablar con antiguos trabajadores que estén interesados, pero por lo pronto conseguir un trabajo-Propuso Pablo.
Escuchamos un ruido.
-Creo que lo mejor es que nos vayamos-Dijo Agustín.
Salimos de la fábrica cambiados totalmente; entramos muertos de miedo y salimos ilusionados con un proyecto que pondríamos en práctica.
-Bueno, tenemos que organizarnos. Traten de conseguir trabajo, donde sea, coméntenselo a sus padres, quizás nos pueden ayudar, yo voy a tratar de averiguar quién es el dueño. Mi tío nos puede ayudar.
-Si jefe- Dijo chistosamente Natalia.
Cada uno se fue por su lado, con una sonrisa en el rostro. Sentí que había superado ese miedo que tenía desde los doce.
Me dispuse a buscar trabajo, recordé que en el bar que estaba en la esquina de mi casa necesitaban un mesero. Nunca tomé un trabajo porque siempre estuve dispuesto a trabajar como contador, pero necesitaba la plata, así que fui, y a la semana siguiente ya estaba trabajando. Me estaban pagando tres mil pesos; era el salario mínimo.
Pablo había conseguido un trabajo en una inmobiliaria, Agus en una heladería y Nati en un lugar de comida rápida. Ninguna estaba trabajando de lo que realmente quería, pero estábamos convencidos de que íbamos a lograr reconstruir esa fábrica.
Le conté a mi mamá sobre nuestro proyecto. Se notó que estaba conforme y feliz por mí.
-Me parece muy lindo que quieras trabajar en la fábrica, pero cómo van a hacer con todo, ustedes solos?-Preguntó
-Pensamos recaudar mucho dinero, llamar viejos trabajadores y contratar personas con experiencia para ayudarnos-Contesté
Hubo un silencio incómodo. Se quedó pensando un rato y dijo:
-Tengo que decirte algo, cuando tu abuelo falleció, te dejó una herencia a vos
-¿Por qué no me dijiste nada?-Pregunté
-Quise esperar a que crecieras, para asegurarme de que no lo malgastaras, recién, que me hablaste de este proyecto, consideré que era un buen momento para contarte. Podés usarla para invertir en este proyecto.
-¿Por qué me dejó la herencia justo a mí?- Pregunté luego de un rato
-No sé…lo importante es que tenés la posibilidad de restaurar la fábrica-Dijo
-¿De cuánto es la herencia?-Pregunté
-Es de quinientos mil pesos, la tenés depositada en un plazo fijo, la vas a poder retirar el mes que viene-Dijo
Me quedé sorprendido al escuchar la cantidad de dinero que sería mío, pero no entendía cómo mi abuelo había conseguido toda esa plata y lo más raro, me la había dejado a mí y no a mi abuela, ni a mi madre.
Le conté a mis amigos y acordamos que apenas supiéramos quién era el dueño empezaríamos a buscar empleados, contratar a un electricista, plomero, etc.
Pablo pudo averiguar quién era el dueño: Este había dejado la fábrica así, abandonada, per para que pudiéramos realizar cambios en ella, debíamos hacer algunos trámites y pedir permisos en la municipalidad.
Seis meses después recién teníamos los permisos, habíamos instalado el sistema eléctrico y firmado un contrato de alquiler por tres años. De a poco veíamos el progreso, nos faltaba contactar a los trabajadores y comprar los hornos y má      quinas; Íbamos a continuar la producción anterior de vasos y platos de cristal. Contratamos a 6 trabajadores que estaban dispuestos a volver a trabajar y conseguimos los hornos. De a poco el negocio se encaminó.  Luego de un año y medio de mucho esfuerzo, con ayuda de nuestros padres, pudimos reconstruir la fábrica y empezar a producir. Se fueron sumando varios trabajadores.  Tal como lo habíamos planeado, cada uno logró hacer lo que tenía pensado. Yo me ocupaba del presupuesto, los sueldos de los trabajadores y medir la producción diaria; Agustín se encargaba de la promoción, de conseguir nuevos mercados; Nato y Pablo trabajaban un tiempo en la fábrica y luego ayudaban en las tiendas. Todo estaba encaminado, y nos llenábamos de orgullo al ver todo lo que habíamos logrado a partir de algo que parecía imposible de lograr; era un sueño cumplido. Después de un tiempo nos habíamos convertido en la fábrica más importante del gran Buenos Aires y pudimos conseguir mercados que vendieran nuestros productos en otras provincias.

              Como todos los días, antes de cerrar la fábrica, a las siete de la tarde, me dispuse a contar cuánto habíamos producido; el total de cien cajas de cincuenta platos y cincuenta cajas de veinticinco vasos. Tenía tantas cosas en mente, que me olvidé de llevar las cajas al depósito y directamente cerré la fábrica. Al día siguiente me tocaba abrir la fábrica a mí. Llegué y me acordé de que debía guardar las cajas en el depósito. Al contarlas nuevamente había veinte cajas más de platos y diez cajas más de vasos. Estaban en el mismo lugar que el día anterior, pero yo estaba seguro de que había cien de platos y cincuenta de vasos. Pensé que seguramente me había confundido, que había sido yo, pero esta situación se repitió al día siguiente. Me pareció un hecho muy extraño, yo cerraba todos los días la fábrica y la abría dos días a la semana.  Se lo conté a los chicos para ver qué opinaban.
-Hoy a la mañana me pasó algo raro, cuando conté las cajas de nuevo había más que ayer antes de cerrar –
-¿Estás seguro de que contaste bien? –preguntó Pablo
-Segurísimo –dije
-Es imposible. Vamos a hacer algo, hoy a la noche contá las cajas de hoy y mañana, que me toca abrir a mí, las cuento de nuevo- dijo Nati.
              Por la noche, conté las cajas; había noventa de platos y cuarenta y cinco de vasos; y las dejé en ese lugar.  A la mañana siguiente, esperé a que Nati me pase un mensaje con la cantidad de cajas y me dijo que había ciento veinte de platos y sesenta de vasos.
-Hay más cajas que ayer – dije.
-No sé, ¿estas cerrando bien? – preguntó
-Sí. Igual, es extraño que quien sea que venga por las noches no quiera llevarse la mercadería.
Tengo una idea, pasemos la noche acá, así podemos descubrir qué ocurre – propuse
-Bueno, ahora les aviso – dijo.

Esa noche nos quedamos a dormir en la sala donde se empaquetaban las cajas. Habíamos puesto unas bolsas de dormir y llevado unas pizzas.
-¿Y qué hacemos si entra alguien? – preguntó Agustín
-Supongo que llamaremos a la policía – dijo Pablo
-Igual, no puede entrar nadie, está todo cerrado – dije.
Pasó una hora y no había aparecido nadie. Me puse a pensar si todo eso no había sido en vano. Luego de media hora, se empezó a escuchar un ruido en la sala de máquina, alguien las estaba usando. Nos miramos rápidamente. Para llegar a la sala de máquinas teníamos que salir hacia el pasillo y recorrerlo hasta el final.
-¿Qué hacemos? – susurré
-Vamos caminando en silencio a ver quién es – dijo Agustín
Fuimos en fila hacia allí.  Me sentí de nuevo con doce años y había vuelto esa sensación.  Esta vez no hubo un estallido, pero hubo algo que marcó un antes y un después en la producción. Estábamos llegando a la puerta de la sala de máquinas, y el ruido se empezó a hacer más cercano.  Al aproximarnos más, pude notar que era el de la máquina de mezcla.  Llegamos a la puerta, la abrimos, y notamos que la máquina estaba funcionando, pero que no había nadie operándola, ¿cómo era posible? ¿qué era eso? ¿Era lo mismo que vimos ese jueves de dos mil uno? Estoy seguro de que todos pensábamos lo mismo. Nos quedamos mirando desde la puerta hasta que el ruido paró, nos podríamos haber quedado allí pero la adrenalina que teníamos era muy grande, decidimos volver hacía donde estaban armadas las camas.
Nos quedamos en silencio un rato, no sabíamos que decir.
-La máquina no se puede estar controlando sola, debía haber alguien y no lo vimos – dije
-No había nadie ¿por qué una persona esperaría a que se fueran todos, entraría a la fábrica y empezaría a producir? ¿por qué no pediría simplemente un trabajo? – dijo Nati
-Puede que no sea una persona, no se veía a nadie – dijo Agustín.
-¿Qué va a ser sino? –preguntó Pablo.
Solo hubo una cosa que se me cruzó por la cabeza: mi padre. No sé si es posible que haya quedado de algo de él, con intensión de ayudarnos, pero era la explicación que yo le encontraba.
-Si no es nadie que nos pueda perjudicar ¿por qué seguimos hablando de esto chicos? Nos está aumentando las ganancias, sin que tengamos que estar trabajando. Puede que sea raro, pero nos beneficia.
-Tiene razón, y no podemos decirle a nadie, ni al público, es posible que si alguien descubre que algo o alguien esta manejando la máquina y produciendo por la noche, pueda denunciarnos y que vengan a inspeccionar, no podemos arriesgarnos a eso – dijo Pablo.
-¿Y si lo que está en la sala es peligroso? –dijo Natalia
-Si hubiese querido hacer algo malo, ya lo hubiese hecho – dijo Agustín.
Pasamos esa noche sin poder dormir, no sólo por el ruido que provocaba la máquina sino también por el temor que provocaba saber que en la fábrica había algo invisible que producía nuestra mercadería. Al otro día dormí tranquilo, pensando que eso era mi padre, era una respuesta lógica, quien sea que estuviera produciendo tendría que ser alguien con esas habilidad.
Pasaron los meses y años, nos expandimos mucho, nos convertimos en una de las mejores marcas de platos y vasos. La gente nunca supo lo hay detrás de la producción ni tampoco nosotros con exactitud.  Habíamos acordado dejar ese hecho en el pasado ya que no nos presentaba ningún obstáculo en la actualidad, es más, personalmente, siento que de alguna manera me conecto con mi padre.




                                                                              
                                                                 Magalí Cristobo, 3eroB