viernes, 11 de mayo de 2018

Un nuevo comienzo

Por Lautaro Regio Pinto, 1° "B"

      Ya era la segunda vez que el gobierno argentino nos había dejado sin hogar, a mí, a mis padres y a mis cinco hermanos. Y ahí estábamos, en  Av. de los Constituyentes, acostados debajo del puente, pensando en cómo habíamos llegado hasta acá y cómo salir de esta miserable situación.
      Al siguiente día supimos que en ese lugar no había esperanza alguna para nosotros y empezamos la caminata, esa dolorosa; en donde cada paso era como un golpe en los riñones, pero, sin embargo, debíamos seguir andando, esa era la única forma en que nos podíamos salvar.
      Al mediodía sentíamos que nos quemaban los pies y decidimos descansar. Estábamos en Av. Triunvirato; solo habíamos caminado 25 cuadras, pero para mí fueron las 25 cuadras más largas y dolorosas de mi vida.
      Pasaron 6 horas y sólo dos personas nos habían mirado con empatía. Nunca me gustó eso de pedir plata, pero una moneditas no nos venían mal.
      Pasó otra noche, otra fría y húmeda noche, en donde no sabíamos si al día siguiente seguiríamos vivos.
      En el alba comenzamos, nuevamente, la rutina de la caminata sin saber hacia dónde ir, y si estábamos eligiendo correctamente el rumbo. Pero eso noche iba a se la noche más feliz de mi vida. Sería la noche en la que conseguiríamos, al fin, un hogar y lugar donde estudiar.
      Todo estaba normal hasta que nos dimos cuenta que un señor, en la cuadra de enfrente, nos seguía. Al darse cuenta que notamos su presencia, cruzó la calle y nos enfrentó. Cuando pude distinguir su cara sentí que me resultaba conocido, pero no sé por qué, ni de dónde.
      Cuando se estaba presentando recordé quién era: el mendigo al cual habíamos dado comida, agua y plata hace dos años cuando nuestra situación económica era otra. Comenzó a hablar, a contarnos que con la plata que le dimos se había comprado un billete de lotería, había ganado y ahora tenía una empresa. Nos agradeció una y mil veces por salvar su vida y, finalmente, dijo que como nosotros lo habíamos ayudado mucho, ahora le tocaba a él hacerlo. Cuando finalizó esa oración sacó del bolsillo; nuestros ojos se iluminaron de esperanza y alivio al ver que era un contrato de la empresa que él manejaba. Gabriel, ese era su nombre, nos garantizaba una casa, trabajo para mis padres y a mis hermanos y a mí inscribirnos en una escuela que eligiéramos.
      Fue así que, sin rendirnos, con esperanza, coraje y solidaridad, pudimos recomenzar nuestras vidas. Y yo terminé siendo alumno del Instituto Politécnico Modelo.

Fin