domingo, 6 de mayo de 2018

Por mi pequeño

Por Nicolás Santos, 5° "M"

      Manuel, finalmente, había cerrado sus ojos. Su padre movió la vieja y desgastada tela que cubría la ventana de la polvorienta habitación, dejando entrar la luz del mediodía, que se reflejaba en el costado de un pequeño pico de acero postrado sobre una antigua y usada mesa de trabajo. Un cincel, forjado de hierro, descansaba sobre este con cuidado de ser apoyado contra la blanda madera y marcarla con su pesado contorno... Aún así, todo ello no era más que un pensamiento secundario, opacado por el vacío dolor que residía en su vientre.
- No hay nada que pueda hacer.-exclamó derrotado Gustavo.
-Ve allí y suplica de rodillas que te dejen hacer algo. Cualquier tipo de empleo sirve.- respondió Micaela, al borde del llanto, mientras que Manuel, envuelto en la última manta del hogar y con su gorro de tela áspera, soñaba abstractamente en los colores que había visto en la casa: el polvoroso y desgastado marrón de la mesa y sillas; el sucio y áspero gris de las paredes; y los coloridos ladrillos de la fábrica cercana.
-No necesitan otro albañil, mujer ¿por qué crees que regresé con las manos vacías?- explicó, irritado, quitándose su sombrero en frustración y arrojándolo al suelo.
-Pide trabajar de conserje, llévate la pala y la escoba, y limpia toda la fábrica de ser necesario- sugirió la esposa tras un largo suspiro, intercambiando la posición del bebé en sus brazos.
-¿Limpiar...como uno de esos ignorantes que no saben usar un martillo o sus manos para trabajar...como un imbécil? No, jamás- se quejó- Es el jefe..ese inútil me quiere ver morir de hambre, desgraciado.
-Piensa bien, por favor, él no te conoce Gustavo...¿ por qué no vas a la fábrica del Sur? Están construyendo otro edificio y parece que tardará un rato.- sugirió Micaela a la vez que Manuel bostezaba , recordándole a ambos que no eran los únicos sufriendo. Gustavo levantó el sombrero del suelo, lo sacudió, se despidió de su mujer y, con herramientas en mano, se dirigió hacia el Sur, acompañado por su sombra y la sensación del deber.
- Mi pequeño no sufrirá mientras que mi corazón palpite y aún tenga aliento.- prometió en silencio sin pensar en el trabajo. Casi veinte kilómetros lo separaban de su hogar cuando, finalmente, divisó la silueta del inmenso complejo y, para su grata sorpresa, no solo estaban construyendo un nuevo edificio, sino tres más.
- El capataz Don Aguirre es un hombre adinerado y no muy amable...pero quizás le contrate, Gustavo. Solo vaya allí y preséntese.- le informó otro albañil, cuyo acento español era bastante notorio. Gustavo le agradeció y se dirigió hacia el Señor Aguirre, un hombre obeso y calvo cuyo espeso bigote le cubría los labios y vestía un fino traje negro.
- Buenas tardes, señor Aguirre, me llamo Gustavo D'Marcello y quería saber si tiene un puesto disponible para un albañil de mano hábil.- se introdujo Gustavo, tras cuidadosamente limpiar el polvo de su sombrero oscuro. El capataz, mirando sobre el hombro de Gustavo, contó cuantos albañiles había allí trabajando. Poco más de quince estaban moviendo maderas, ladrillos nuevos y grandes piezas de equipamiento; otros cinco estaban descansando y uno se había quedado dormido sobre una gran placa de madera de roble.
-...Puede ser...¡Oiga, usted!-gritó, dirigiéndose al dormido que se levantó bruscamente.-Búsquese otro lugar para desperdiciar el día, está despedido.-Exclamó, haciendo que este se fuese avergonzado.- Justo parece que hay un puesto disponible, señor Gustavo, espero que no cometa el mismo error.- Gustavo, sorprendido y un poco asustado, le agradeció por su "amabilidad" y comenzó a trabajar inmediatamente, con un mísero sueldo y quince horas diarias de incesante trabajo. Pero, por fin, su mujer y su hijo no perecerían ante la hambruna, no aún.
                                                                  FIN